13 de diciembre de 2013

"En el instante de su muerte"


Ahora, tras tus pasos, me vienen los ecos de aquella historia... Ella esperaba encarcelada el momento de su ejecución: así de cruel fue su realidad. El final estaba escrito, como el que meses antes su propio marido hubiera sido fusilado también, simplemente por haber sido un hombre de bien. Sí, había llegado la Victoria, ni la paz ni la concordia ni la reconciliación ni leches: 'a sangre y a fuego'. En esas horas de desolación, con los nervios atados al estómago (tal como se me atan a mí cuando algo importante me concierne), ella pensaba en sus hijos, qué sería ahora de ellos, tan pequeños algunos; una se le había muerto allí mismo, incluso, de hambre, de miseria, ante la indiferencia de esa gente cruel y malsana que no era capaz de conjugar ni la paz ni la piedad ni el perdón. Y en él..., ya muerto: en el primer beso que le robó cuándo jóvenes y en eso que ella sintió en el estómago; en la primera vez que durmieron juntos y sintió el calor del cuerpo de su hombre (quién sabe si ella sabía que otro muerto, Federico García Lorca por más nombre, plasmaría eso mismo con poesía); también en la primera discusión, en sus manías, en su risa...; en el día en que nació el primer chiquillo o en todo lo que él trabajó para sacar a tanta gente adelante. En su hombre..., que se lo han robado esos... Ahora, allí, en ese lugar, con los llantos por lo bajo y los rezos entre dientes, con la certeza del final inmediato, bien sabe todo el mundo que injusto (¿Pero de qué arrepentirse? ¿De quererlo a él? Ninguno de ellos sabe cómo era; ella sí lo sabe... para lo bueno y para lo malo y... se lo mataron, le quitaron la vida que se le salía a borbotones). Allí, ella sola, qué pensarán los chiquillos... qué va a ser de ellos, ahora; con esta gente que la va a llamar algún día a las seis de la mañana, con la premura del rocío, para matarla. Dentro de algunos años la gente sabrá que por querer dar de comer a unos hijos o a unos obreros o que el pago del trabajo sea lo justo, no se muere y entonces su muerte no habrá sido en vano. Que por querer a otro no se muere. Dentro de un tiempo la sangre que va a derramar ella ante el pelotón de fusilamiento dará el fruto de gente nueva y lista y hermosa y esta gente nunca más volverá... Ahora, tras tus pasos, después de su muerte, me viene su Memoria, que pongo en mayúsculas porque es digna y grande, como ella lo fue.

3 comentarios:

Carmen dijo...

¿Quién es «ella»?

Francisco José Peña Rodríguez dijo...

Una mujer hermosa que, por desgracia, murió en 1942.

Pilar Contreras dijo...

Buenos días Francisco, con tu permiso me instalo por tu espacio literario, espacio que he conocido a través del blog de nuestra paisana Encarni Alfaro.
Saludos, Pilar