Te levantas y estás frente a la era de la deconstrucción, delante de gente que piensa más en sí misma que en la generación a la que pertenece, ante el momentazo ego, como si un único ego fuera la medida de todas las cosas. El no como terapia: "no, contigo no"; "no al café"; "no al otro"; "no, sin mí no"; "no, por norma no". A algunos nos hierve la sangre, ¿sabes? "No, yo no voto"; "no, no me cobres el IVA", "no, yo no declaro". El país del no, de la incertidumbre y del bloqueo: que me levanto por la derecha: no a la Educación, no a la Sanidad, no a la dependencia; que me toca sacar el pie por la izquierda: no, sin mí no que molo más; no a fulanito ni a zutanito. Aquí el sí se lo lleva Pokemon, a ese sí. Abro la maleta y, doblados, siguen los problemas: paro, déficit, blindaje de la Educación y la Sanidad, de las pensiones, un plan de Turismo como alternativa económica, reforma industrial, inversión en infraestructuras; pendientes siguen el no a la corrupción y el no al fraude... ¿¡Quién nos iba a decir que en la era de la deconstrucción daríamos un paso atrás respecto de nuestros padres!? Nadie se quiere parecer a estadistas de antes, porque perdían elecciones, o la vida o la memoria después de grandes gestas y hasta leían y escribían y pensaban. Yo, mí, me... las únicas palabras latinas que se pronuncian con pasión; la negación absoluta de sociedad; la unanimidad del ombligo de uno. No quiero pensar en que si un alumno supende debe recuperar, pero si uno de los del yo o del no fracasa, ¿qué debemos pedirle? Es como que a un alumno le exigimos el inglés y al número dos le reímos los chistes sin gracia. Lo que digo, la era de la deconstrucción y cuando se destruye, madre mía cuando se destruye...
29 de julio de 2016
24 de julio de 2016
Una cara bonita
Encendió el pitillo, se caló el sombrero y salió a la calle. Lo sabía desde el principio, aunque quiso creer que ella no era la culpable; intentó sin éxito reunir pruebas para convencerse de que el delito no lo había cometido la cara hermosa que tenía enfrente, pero hacía tiempo que decidió pensar con la cabeza y no con la bragueta, en estos casos. Así, recordó, no corrían peligro ni su vida ni su trabajo. Alguien lo contrató, pensando que era un detective de pacotilla: el típico que no se entera o no saca nada en claro si dos tipos listos le ponen delante pistas falsas, porque la gente aún no comprende que una cosa es parecer tonto, hacerse el tonto -que es un seguro de vida- y otra, radicalmente distinta, es serlo. Cuando acudió la policía ella lo miro con sus ojos penetrantes, como diciendo "no me delates"; él se giró y le dijo al inspector "la mujer, ha sido la mujer". Salió a la calle, pensó que el mundo era una puta mierda, pero mejor aún de la mierda completa que podía ser: la diferencia está en que hacer lo correcto evita que vivamos en el infierno.
20 de julio de 2016
Fatum nos iungebit
Echo de menos su olor, sus besos, sus abrazos, sus palabras... todo, lo echo de menos todo, terriblemente en los momentos de mayor soledad. Alguna gente cree que detrás de la poesía, de las palabras, únicamente hay un creador que de vez en cuando levanta el whisky, nada más; creen que las musas son gilipolleces que te inventas... y, oye, no puedes escribir un poema de amor, una historia de celos, o de odio, sin tomar referencias. Algunos días mientras escucho música parece que la veo sonreír, así como si estuviésemos uno frente al otro, como entonces... la recuerdo incluso cuando alguien pone en Internet esa frase que dice que "si un escritor se enamora de ti, nunca morirás". Los caminos a veces son pedregosos, se bifurcan, pero sólo la poesía, el telón de acero de las letras, la pasión reúne cada sueño... y es que uno -como dijo el poeta- puede cambiar de casa, de ciudad, de voto, de televisión, de dieta, de libro, de creencia, de móvil, pero de lo único que no se cambia es de pasión y ella y su rostro y sus besos y su sonrisa son las que marcan la palabras que escribo, los días que me inspiro y hasta los pasos que doy detrás de una historia, de la vida... Fatum nos iungebit.
11 de julio de 2016
This is the life
Mientras arreglo una vieja de letra de canción, o la reescribo; mientras dedico a mi musa la inmortalidad de un poema suena de fondo una bella melodía de Amy McDonald, This is the life. Dejo la pluma, cierro el cuaderno, recuerdo aquel tiempo en que soñaba con ser, en que quise ser, en que intenté que todo esto cambiara: los bucles de crisis, discursos que nos rodean. Perdí el tiempo asumiendo discursos cruciales de líderes ya desaparecidos que pensaban en las siguientes generaciones, no en las próximas elecciones. Aquellas épocas en que el futuro era la sonrisa de un niño y el respeto al pasado lo marcaban las arrugas del abuelo sentado en un banco de plaza. Parece lejano cuando los pensadores reivindicaban cosas, con la idependencia de que ningún partido les iba a la medida; aquel momento en que luchar contra la corrupción nos era una tarea común. Cuando la gente bailaba al ritmo de la música, cuando los chicos perseguíamos a las chicas de pelo rizado y las canciones sonaban unas más fuertes que otras... que no hace tanto, joder, que no hace tanto. Cuando una melodía me resuena en el oído y me falta la guitarra; cuando el rostro de la chica que se va a llevar la canción no me deja ni a sol ni a sombra en mi mente, empieza a subirme el cosquilleo de cuando aquello y me digo que sí, que la vida es esto, salvo que nos pongamos a cambiar lo que nos nos gusta: como toda la vida, joder, como toda la vida.
1 de julio de 2016
Un día de cabreo
La verdad es que hoy es uno de esos días en que uno se levanta de mala leche; quizás el único del año, pero el índice de estar hasta las narices lo componen las noticias de política, el índice de paro, la gente que no tiene tiempo -salvo para andar pegada al móvil incluso al volante- y esas otras personas de egos subiditos. Vamos, que quien me lea dirá que es lo más normal del mundo, así en plan la gente es individualista, exclusivista y va a su bola. "Una mierda", pienso yo; porque eso es lo contrario de una sociedad. No hace falta que sea de tu agenda de contactos -que, sinceramente, muchos nos sobran y habría que borrarlos y la vida seguiría su curso con absoluta normalidad-, basta con la cola del pan, o la de la cita del médico, o Atocha para coger una tren: resulta gracioso colarse y encima te montan el pollo; si dices algo te gritan aunque, puestos a ello, mejor llamarles la atención. Esa otra gente que no se acuerda de ti -o de mí- para nada y cuando digo 'nada' es hasta rallar la mala educación, salvo que... te necesiten, les dices 'no' y encima se enfadan. Que digo yo que una cosas es que los egos subiditos se crean que somos tontos y otra bien distinta que realmente lo seamos, que hay que tener meninges para pensar que ciertas entendederas tienen en su poder la verdad absoluta. Lo más gracioso es cuando aparecen por ahí las palabras 'individualismo', 'egocentrismo', 'exclusivismo' -repito- para decirnos que todo en la sociedad cambia. ¡Y una mierda! Esos comportamientos son antisociales y poco o nada de ciudadanos -no el partido, los otros, los de a pie- ni de ser social tiene el que cree que el de enfrente puede ser o no descartado por nimiedades, porque normalmente en España se pone a mirar por encima del hombro el que menos que destacar tiene.
27 de junio de 2016
El Shock
Se supone que la ficción la pongo yo, pero la realidad estos días tiene tintes de novela negra; y no, no es que me haya encontrado a mi novia en la cama con la muerte, como dice el poeta; digamos que empiezo a perder facultades, o la noción de enterarme bien de las cosas: del tiempo que hace, de si una tía quiere que me declare o no, de si una certificación es gratuita o debo pagar cinco con veinte... o de si debo cruzar España para dar un beso, yo qué sé. Una vez en clase jugábamos a encontrar las diferencias entre el inicio de curso y el final: una mano se levantó tímidamente y entonces dijo: "ahora tienes canas, profe". Soy viejo o lo normal es salir a la calle a celebrar a la roja --no, por favor, no pronunciar E-s-p-a-ñ-a, que es perjudicial para la salud-- pero pasar de todo si se trata de votar sí, a eso es mejor no ir. Pero bueno, tal día como hoy, España, nueve de la mañana, veinte grados, verano, ausencias de personas que hasta hace poco veías cada día o con las que hablabas cada día, un café medio caliente o medio frío --o sea, na--, un libro con el que no puedo, una nota que no sale, un beso que me falta y otro abrazo que yo debo, la radio que se queda sin pilas, el agua caliente ahora molesta y el viaje al Nueva York de Paul Auster en el aire. Por la ventana, además del aire, asoman las quejas y dudas de la gente, los whatsapp que entran, las sonrisas que ya no te pierdes... pones música y te miras las manos, las que usas para coger la prensa. Y vas y dices... "¿A que vuelvo? A la mínima vuelvo y se acabó tanta mandanga". Y es que siento todo lo que escribo y escribo todo lo que siento.
25 de junio de 2016
Ausencia
Ayer, al despertar; fue entonces, al despertar. La ausencia de su cuerpo cerca; su olor apenas queda en mis sábanas, poco más; ella no está cerca y hay cosas que el whatsapp no solventa, como su mirada pícara, como su forma de decirme las cosas, así. Recuerdo el primer instante, con timidez, tanteando, como todo el mundo, el primer beso. A veces, cuando las etapas se abren o se cierran o, simplemente, cuando llega el verano las cosas cambian, pero a mí los instantes me resultan eternidades. Las conversaciones, los paseos, nuestras comidas juntos... ese tipo de momentos que vivimos y que a veces un viaje, un cambio de destino, unas vacaciones cortan abriendo un paréntesis. Todos, todos hemos sentido ese vacío innegable, esa sensación extraña de faltarte algo. Y mucho más, sinceramente, cuando despiertas una mañana y su cuerpo no está ahí -no es necesario decirle 'duerme un rato más'-. Intentas hacerte el fuerte, pero te das cuenta de que el día va a ser largo y duro cuando encuentras su cepillo de dientes en el baño y recuerdas lo que te dijo aquel día: "todo empieza cuando traes el cepillo de dientes".
16 de junio de 2016
La costumbre de votar
Es
complicado entender los colores estos días en que parece que todo va a cambiar,
pero nada se mueve. Subo al bus, o al metro; allí la gente lleva cara de
cansancio, detrás de El País o El Mundo, parapetados quizás tras un
libro. No voy a negar que me fijo en la juventud de la chica de leggins que pasea a su perro, como
tampoco la de la señora que, sentada en un banco, da de comer a las palomas
trozos de pan. Otra joven hace footing
por el parque y una chica de allí intenta enseñar a su hijo a subir en
bicicleta: es el país, antes llamado España, porque ahora ni la Selección tiene
país, únicamente color. La gente normal y común de la calle, la que necesita
médicos, profesores, policías, barrenderos, panaderos, vendedores de
periódicos, periodistas, dependientes, cajeras, conductores del bus, camareros…
personas, en definitiva, que viven, comen, ríen, lloran, gimen, besan, sonríen,
necesitan dinero y un libro y una copa de vez en cuando y pasear y dormir y un
café bien cargado o descafeinado ─según la tensión─ y una buena peli en el
cine. Pero no, el Telediario pronostica calor o frío, el mismo frío de los
debates, tan irreales, tan insulsos, tan llenos de lugares comunes que uno
piensa en si merece la pena realmente tanto silencio; uno, insisto, cree que a
veces es mejor un buen grito, millones de gritos de hastío que digan ¡No me jodáis otra vez! Al final
Churchill tenía razón y un buen estadista es el que piensa en las próximas generaciones,
porque estaría bonico tener que
pensar en otras próximas elecciones.
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